viernes, 25 de marzo de 2011

Levantó la mirada del libro por un momento y se encontró de frente con la suya.
- ¿Sabes? - Sonrió y sorbió del vaso antes de hablar. El sabor del limón se coló por su garganta. - A veces me gustaría ser como esas otras chicas. Las que escriben páginas de amor para que todos las lean, y gritan te quieros para que todos las oigan. Las que rompen el silencio para recitar razones. No sé, quizás fueras más feliz si en una tarde tranquila cogiese tu mano y te dijera todas esas cosas que no creo que necesite decirte. Lo de que me gusta que, como ahora, me mires cuando yo no me entero. Como si quisieras aprender de memoria mi imagen para pintarla cuando estés solo. Lo mucho que me emociona tener un mensaje tuyo después de despedirnos. Que hagas algo tan innecesario como desearme buenas noches y que tú las hagas buenas cuando estamos juntos. Tu sonrisa cada vez que me abres la puerta de casa. Y la forma en que me coges la cara antes de darme el primer beso. Que finjas hacerme caso cuando te digo que no te necesito, y que me rodeen tus brazos cuando no te lo pido. Eso de encontrarte esperándome en un portal, en una esquina. Las flores frescas que me regalas.
Quizás sí serías más feliz si te lo dijese. - Se estiró por encima de la mesa, cerrando con un beso los labios masculinos. - Pero, por lo visto, te has buscado una chica incapaz de complacerte.
Una nueva sonrisa se perfiló en sus labios mientras bajaba la mirada hacia las páginas del libro.

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